trabajos de ensueño...

martes, 4 de julio de 2006


Entre los maravillosos laburos en que he gastado mi vida, se cuentan: evacuar los basureros de un hospital, atender en una tienda de prótesis, ordenar polvorientos archivos de juzgados, doblar prendas para una gran tienda con los agudos chillidos de una jefa menopausica como único soundtrack, ser bargirl en un club social para oligofrénicos y repartir suscripciones de comics en una bicicleta que se desarmaba en el camino, entre otras joyitas.
Conviene decir aquí que en todos ellos duré menos de dos meses y en la mayoría ni siquiera alcancé a cobrar el primer pago de sueldo. Solo uno me duró un poco más y quizá haya terminado por ser el más indecoroso. Sí, nada es más detestable que un local de hamburguesas. Sobre todo cuando una las ve todo el tiempo, desde que están guardadas, pre-fabricadas y congeladas por ahí, hasta que son zampadas o engullidas por la gigantesca jeta abierta de uno de nuestros respetables clientes.
El punto es que en la tienda esa éramos catorce, siete en el turno de la mañana y siete en el de la tarde. Yo estaba en el de la mañana. A veces me pasaban al de la tarde, si había que reemplazar a alguien -sea de paso: siempre he solido estar de más y hacer de pieza de recambio-. Pero, por lo general, el jefe del turno de la tarde impedía enfermarse, bajo amenaza de desollarlos, a cada uno de sus empleados, pues, para él, nada era peor que el hecho de que me enviaran bajo sus filas. Además, si uno se enfermaba, tenía el día libre. Mi día libre era el miércoles. Esos días yo me la pasaba en el cine. Veía entonces pelis como "los cuatrocientos golpes", "sábado", "la mujer del aviador", " todo lo demás" o me lo pasaba dibujando o mirando durante horas el techo de mi habitación (eso como preparación de lo que iba a hacer el resto de la semana...). En el turno, como ya dije, éramos siete. Eva y Santos estaban afuera tomando los pedidos. Formaban una pareja inigualable, puesto que se complementaban de lo lindo: Santos desconocía totalmente cómo usar la caja y Eva olvidaba perfectamente los pedidos...Eva tenía una de esas caras que podía, sin problemas, ser la cara de su madre o la de su abuela o la de su vecino o incluso la de su perro, y Santos tenía una cara que podía muy bien ser la cara de Eva. Pineda se encargaba de mantener la limpieza del establecimiento, aunque por más que se esmerara nunca logró hacerlo, porque nuestros estimables clientes resultaban ser unos cerdos. En la cocina estábamos Julián, el gordo Pato y yo. El séptimo era el empleado del mes.
Bueno, el empleado del mes, al principio, era como cualquiera, tenía un nombre como cualquiera y estornudaba sobre las papas fritas como cualquiera, según me habían contado, pero un día, se convirtió, como una de esas gentes que está a punto de morir y cree ver un tunel de luz o uno de esos pilluelos que cree escuchar voces que lo llaman desde las páginas de la biblia. Sí, el punto es que se convirtió y decidió trabajaaar; así pues, trabajó tanto, tanto, tanto y tan bien que hasta un día lo visitó el jefazo y lo ascendieron a Empleado del mes, que era, para el jefazo, algo como una especie de medalla para quienes "teníamos la vocación de hacer del mundo el paraíso de las hamburguesas"...Por eso, pusieron un día la foto de la cara del empleado del mes en el comedor central, con su nombre y su gorrito con forma de hamburguesa (algo que obligatoriamente usábamos todos allí) y su camisa blanca y su conciencia negra y todo...De más no está decir que cuando llegué al establecimiento, él ya era el empleado del mes y, de acuerdo a lo que me dijeron, nadie había logrado desbancarlo durante un año, claro que viendo al resto, no era necesario ser Nostradamus para presagiar que duraría allí largo tiempo, ya que mucha competencia no tenía.
Para ser justa, a pesar de la labor del empleado del mes las cosas no iban demasiado bien para nuestro turno. El de la tarde era mucho más eficiente. Incluso, un día el jefazo nos fue a premiar con uno de sus larguísimos sermones y nos dijo que éramos, sin duda alguna(!), uno de los equipos más lentos de la empresa y que un trío de tullidos tal vez sería más rápido. Nosotros no nos desmoralizábamos (sólo porque no teníamos moral alguna) y seguíamos con eso de freir, envasar y vender papas fritas, aros de cebollas y hamburguesas. El empleado del mes se nos acercaba al gordo y a mí y nos decía que teníamos que esmerarnos y que todo sería mejor. Nosotros, para hacerlo mejor, nos esmerábamos en pensar la mejor forma de descuartizar al empleado del mes. Tiempo después me echaron por dejar caer uno de mis aros de alpaca en un paquete de papas fritas. La madre de la niña que se engulló el aro quiso demandar luego a la empresa. En el hospital, sin embargo, dijeron que no era grave. El gordo Pato, una tarde que se hallaba colmado de rabia e impotencia, explotó: le dio con un molino de acero inoxidable en la cabeza al empleado del mes. Todos lo creyeron muerto cuando lo vieron en el suelo, aturdido. Pero resultó que en el hospital sentenciaron lamentablemente que no era nada grave. Al gordo Pato de inmediato lo echaron del trabajo. Al mes siguiente, él se deprimió y lo internaron después en una clínica psiquiátrica, Al salir de la clínica, luego de intentar verlo, me quedé conversando con una anciana desdentada con quien compartí mi finiquito de las hamburgesas. Cuando le conté, con orgullo, de la historia de mis laburos, me miró un momento y me soltó despiadada: "eso sí que es grave"...
Amaranta (Desgarraduras)

Lo detestó Amaranta a las 12:14 a. m.  

6 detestaron:

Chicos, sepan que habitualmente no escribo tan largo, pues suelo fatigarme antes, pero se trataba de un apreciado e imborrable recuerdo...
(esa maldita yo!)

Amaranta dijo...
1:44 a. m.  

bueno, debo decir que tu estadía en ese antro a mí me hubiera resultado sumamente divertida (spi, ya lo sé, hay que estar ahí)
yo trabajé en Mc D. sí, sí, como lo leen. tenía que pagar de alguna manera mi viaje de fin de curso.
el resto del equipo eran todos/as empleados/as del mes. Yo nunca. Ni siquiera lo intenté. Mi supervisora, por suerte, me quería, y me quería mucho ( mirá cuánto que rebicía 1 queja sobre mí semanal promedio y nunca me suspendio!)
pero en fin. lo bueno, es que ya terminó.lo malo, es que nunca se sabe con lo que nos podemos topar!

saludos!

pd: pobre gordo!

Natalia J. dijo...
7:33 p. m.  

tristemente divertido el relato. Igual, divertido al fin.
Yom para pagar mi vieje de fin de curso trabajé en el parque de la costa, en los stands de kermesse, llamando a la gente bajo la estricta mirada del supervisor..- VENGA DOS PELOTAS POR UN PESO! TIRE A LA BOTELLITA, 3 TIROS AL BASKET, UNO AL TAMBO, CARRETITA DE AGUA, y todo lo que se te pueda ocurrir por un peluche gigante que pocos se llevaban, en su mayoría familiares de todos los chicos de kermesse.

Alita dijo...
11:11 p. m.  

Queridas, Apo y Alita,el punto es que ambiguamente grave y divertido ha resultado rememorar aquel trabajo...agradezco las confesiones...sobre laburos del tipo...en cuanto al gordo: actualmente trabaja en una gelatería, probando los helados (los que combina indistintamente con sus dosis de anti-depresivos)...así que quizá incluso él tenía una especie de ángel de la guarda...
por mi parte, abandoné el trabajo en una librería de usureros mercachifles y me dispongo a empezar mañana de bargirl en un club (algo que me entusiasma tanto como comerme las uñas de los pies). La "moraleja" del cuento es: no hay peor trabajo que otro...lo grave es llegar a creer que la felicidad consiste en esa trampa-para-bobos del día de pago, cuando te han esclavizado antes durante treinta o menos días...

Amaranta

Amaranta dijo...
12:31 a. m.  

exitos mañana! o debería decir:que te sea leve (¿?)
abrazos y a vivir futuros post!

Natalia J. dijo...
12:41 a. m.  

...lo grave es llegar a creer que la felicidad consiste en esa trampa-para-bobos del día de pago, cuando te han esclavizado antes durante treinta o menos días...


:D me quedo con esto

Alita dijo...
10:35 p. m.  

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